Efemérides.- Fallecimiento de Francisco Cuenca Ortega «Frasquito Sardina»

Fecha publicación en la web: 17/09/2019 | 900 Visitas

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Si se pregunta en Álora por Francisco Cuenca Ortega, seguro que nadie dará norte, más si se pregunta por Frasquito «Sardina», al momento se sabrá de sobra, quién es, pues su popularidad era enorme. Hijo de humildes jornaleros, llamados Francisco Cuenca Martinez y Maria Ortega Ruiz, nació en nuestro pueblo en el barrio del Palomar, en el que se crió y murió; verdaderamente fue un «paloma» en candidez y grandeza de su alma.

No destacó ni en inteligencia ni en fuerzas hercúleas. Era bajito y no muy agraciado de rostro, pero de su boca nunca se caía la sonrisa y en sus ojos pequeños y raídos, desprovistos de pestañas, nunca faltaba una mirada franca y simpática. Era sólo un buen hombre ¡para qué más! Servicial en extremo, pero no servil. Sólo sobresalía en su fidelidad a Nuestro Padre Jesús. Del Viernes de Dolores al Lunes de Resurrección que no lo llamara ningún manigero a trabajar, que esos días eran para Nuestro Padre exclusivamente. Como el personaje del relato de Fernán Caballero, que no sabía rezar e iba a la iglesia a diario y sólo decía: Jesús, aquí está Frasquito.

La cosa es que él no sabía adornar los tronos, ni vestir a las imágenes, pero eso sí, los llevaba en sus hombros con la satisfacción reflejada en la cara. Era de los que con la túnica puesta, no se cambian ni por el mismísimo Capitán General. En cambio, no era de esas personas a los que llaman en nuestro pueblo «hecho tuno», o sea, creído y jactancioso, sino todo lo contrario.

Le gustaba tanto las procesiones, pues no sólo iba con su amadísimo Jesús llevándolo o acompañándolo, sino que acompañaba y llevaba a su no menos amada Virgen de Flores, siempre sonriente, al lado de su inseparable amigo Pepe «El Perdío», callados, sin gritos, sin vítores, ni jalcos, más con el corazón henchido de devoción. No se perdían ni una procesión, fuese traslado, conmemoración extraordinaria, fuera de Semana Santa. En cierta ocasión, en uno de estos eventos, lejos de la Semana Santa, preguntó un curioso: esta procesión ¿a que viene? Y contestó muy serio «esto es una redrojá» (cosecha tardía de fruto, fuera de su tiempo natural). Quedando esta calificación en la Cofradía para estas inusitadas procesiones.

Hubo una anécdota en su vida que lo retrata fielmente. En la post guerra (cuando todavía no habían hornos eléctricos), las panaderias y confiterias cocían sus productos en horno de leña, consumiendo leña para caldear. Los jornaleros tenían que subir a la sierra por ella, el que poseía un borriquillo era un rey, pues traía más cantidad e iba más descansado, pero nuestro amigo Frasquito era de los que no tenían borrico, por tanto traía el haz a la espalda, encorvado y andando dificultosamente por la fragosidad del terreno. En resumen, un trabajo durísimo. En cierta ocasión que transportaba un hermoso y muy pesado haz de leña, escuchó la voz de aviso de peligro ¡barreno!, ¡barreno! le dio largas a la leña, se parapetó en un hoyo, acurrucado esperó en vano la explosión y la lluvia de piedras. Cuando pasó media hora o más, salió extrañado de su resguardo. Sería, pensó, que creí escuchar ¡barreno! Cuál fue su amarga sorpresa, cuando vio que había desaparecido la leña, se la había llevado con la herramienta un desaprensivo bromista. Sin alborotarse, solo se le ocurrió decir «quillo que bien me la pegaste» Y sin que el rencor y la ira se apoderaran de su corazón, se fue sin la herramienta a arrancar de nuevo retamas para no perder el dÍa.

El 19 de septiembre de 1984, este anciano de 79 años, querido de todos, falleció; cuando su alma se encajo en el cielo, le dijo a San Pedro: se presenta Francisco Cuenca Ortega, por mal nombre «Sardina» de Álora. El celestial portero dijo:

– Entra, Frasquito.

Nuestro Padre le dijo: – Te esperaba, Frasquito.

Nuestro buen hombre quedó deslumbrado ante la majestad de la Santísima Trinidad y pensó para sí:»aquí tienen que haber procesiones a todas horas, pues hay santos por todos los lados». Y tomando un poco de confianza, se dirigió a Jesús diciéndole con amor y respeto:

– Padre mío, cuando te pasees por la gloria, me haces un lugar en un varal de atrás.

– ¡No!- respondió tajante Jesús, porque te voy a hacer mayordomo de trono.

– ¿A quién, a mi? -Pregunto incrédulo Frasquito.

– Sí, a ti, sentenció Nuestro Padre.

Frasquito argumento: -Señor, pero si yo no sé mandar, sólo se obedecer, no tengo ni ardid para tocar la campana y si es por ilustración, no sé ni hacer la «o» con un canuto de caña. Y lleno de sinceridad prosiguió: – De verdad, Jesús, que no encuentro la razón de tu orden.

El buen Jesús, con la sonrisa en los labios, le replicó: -La razón ya la dije en un sermón allá en la tierra:

«Bienaventurados los mansos y humildes de corazón, porque de ellos será el Reino de los cielos.»

 

Regino Antonio Bootello Miralles

Revista Nazareno de las Torres, año 2000

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