Efemérides.- Fallecimiento de Antonia Trujillo Casermeiro

Fecha publicación en la web: 07/07/2020 | 1.774 Visitas

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Todos los Jueves Santo, en una calzada de la calle Zapata, se veía pasear nerviosa, a una venerable anciana; se apoyaba en un bastón que la aliviaba de su cojera senil, su cara conservaba las bellas facciones que tuvo en su juventud y en su madurez; observa inquieta cómo se va iluminando, cada vez más, la fachada del número uno de dicha calle Zapata, por la aproximación del trono de Nuestro Padre Jesús y cómo por el ángulo recto, que forma la referida calle, van asomando los grupos, cada vez más compactos, de entusiastas jesuitas que lo van aclamando. ¡Por fin! exclama la impaciente señora. ¡Qué ha tardado!.

Se lo paran delante. Emocionada comienza un Credo: «Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo la peluca la trae ladeada y de la Tierra, creo en Jesucristo… -la túnica no la han estirado bien- que fue concebido por obra del Espíritu Santo… – Padre mío que bonito eres! -resucitó entre los muertos, subió a los cielos… – lleva tres tulipas apagadas- creo en el Espíritu Santo…, y así, sin concluir la oración, toca la campana y se lo llevan, le envía miles de besos y entre protestas lo ve de ir. Qué pronto se lo llevan! Al otro día, Viernes Santo por la mañana, igual escena.

Esta singular anciana, no es otra que doña Antonia Trujillo Casermeiro, Camarera del Señor, hija del abogado don Antonio Trujillo Casermeiro que fue sobrino de don Lope Casermeiro, fundador de la Hermandad. Siempre, desde niña, acompañaba a su tía Enriqueta Casermeiro Pareja, entonces Camarera, a las Torres a vestir y arreglar a Nuestro Padre. Doña Enriqueta se trasladó a Málaga y tuvieron el buen criterio de nombrar a doña Antonia, Camarera de Jesús. Ya en 1927 ejercía el cargo oficialmente.

Le tocó ejercer de camarera, en tiempos hartos difíciles; los ánimos andaban exaltados por la política. Subía a la capilla, acompañada de su esposo don José Gómez Suárez y sus tres hijas Encarna, Pepa y Trini, además de varios jesuitas fervientes y anónimos, que iban a ayudarle. Entre ellos, Lucas Carrasco, padre de la Camarera actual y del Hermano Mayor.

Algunas veces recibió improperios en la subida a las Torres, hasta el Caifás de turno, agredió a su esposo. Ella, valiente a impertérrita, subía con firmeza a cumplir con su obligación. Más tarde, ya en la capilla, se unía al grupo, su tío al presbítero don Miguel Díaz Casermeiro, tesorero entonces de la Hermandad, el cual le cantaba saetas al Nazareno, a pie de trono.

En 1936, el principio de la malhadada guerra civil, fueron a su casa a requisar la valiosa túnica de Nuestro Padre, bordada primorosamente en oro, con los cordones labrados exquisitamente también en oro, ante la amargura de su camarera, que se enfrentó vigorosamente a aquellos energúmenos. Todo inútil. La túnica se puso en varias sillas en espera de ellos volver para arramplar con ella. Doña Antonia, con el corazón traspasado por el dolor, le dirigió plegarias a su Padre Jesús para que no volvieran aquellos desalmados. Jesús oyó sus plegarias. La túnica permaneció en las sillas durante dos días esperando su expolio. Al tercer día, algo miedosa, pero decidida, escondió la valiosa pieza, con el estandarte de terciopelo bordado primorosamente en oro y con una bellísima pintura de bella factura que representa la cabeza de un Ecce Homo y las Potencias del Señor. Ambas joyas se salvaron, gracias a esta heroica camarera que puso en peligro su vida.

Ocurrió una anécdota en nuestro pueblo, que retrata la bondad de doña Antonia, alma caritativa, escondida entre su genio aparente. Había a principios de siglo en nuestra ciudad, una pobre mujer carente de recursos, se llamaba Narcisa, persona analfabeta pero inteligente, que, para vivir sin trabajar, embaucó a las beatas del pueblo, haciéndose pasar por santa. Para ello iba a la iglesia cuando más fieles había y se ponía a rezar con mucho fervor y recogimiento; quedaba en éxtasis, su cuerpo comenzaba a exhalar un agradable aroma de incienso, una humarada, a modo de nube, envolvía su cuerpo convirtiéndolo en un incensario humano, que elevaba alabanzas al Todopoderoso. Cuando iba al templo, se llenaba éste de devotos y curiosos para ver el portento, algunos hasta la veían elevarse. Se valía, la muy pícara, de una lata con ascuas, envuelta en trapos, para mitigar el calor, se la introducía en el seno y al darse golpes de pecho, disimuladamente echaba por el escote los granos de incienso, que previamente escondía en su penitente mano, el cual al caer dentro de la lata se quemaba y salía de su pecho santo, abundante y perfumado en forma de humo.

Las infelices e incautas beatas se desvivían por Narcisa, la daban limosnas cuantiosas, ya en metálico o en especie, para que pidiera por ellas, por sus difuntos, por sus familiares, por sus intenciones, por sus enfermos, etc, etc. La convidaban a comer todos los días y su casa estaba llena de dulces, tocino, garbanzos y demás vituallas.

Cierto día, Narcisa no sólo tuvo éxtasis, además se elevó y de verdad, se saltaba los bancos de tres en tres, pues la lata que llevaba en su seno, de tanto usarla se le cayó el fondo y las encendidas ascuas se desparramaron cruelmente por el pecho y por el vientre, produciéndole gravísimas quemaduras. Fue el hazmerreir del pueblo, despreciada y abandonada de todos, doña Antonia Trujillo, con su corazón de oro, se apiado de ella y fue la única que se acercó a la infeliz, no sólo para reprenderla, sino para curarla desinteresadamente, en nombre de su amado Jesús.

La Semana Santa de 1977 fue la última que vio pasar por su puerta a su Padre Jesús, esta camarera, nacida en tan señalado día como el de la Virgen de Flores de 1884, por última vez guardó su túnica y sus enseres, ya que el 7 de mayo del mencionado 1977, librada de sus dolores físicos, subió a vestir a su querido Jesús, no a las Torres, sino mucho más arriba a la mismísima Gloria.

Regino A. Bootello Miralles

Revista Nazareno de las Torres, año 1998

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