Efemérides.- Nueva etapa para Don Manuel Larrubia Sánchez

Fecha publicación en la web: 24/08/2020 | 1.304 Visitas

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El Obispo de la Diócesis de Málaga, D. Jesús Catalá, ha anunciado los nuevos destinos pastorales de una veintena de sacerdotes en la provincia malagueña.

En lo que respecta a nuestra localidad, el sacerdote Francisco Javier Sánchez-Cano Núñez ha sido nombrado Párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación. Desde que llegó a Álora, en 1997, ha realizado una gran labor pastoral y docente llena de espiritualidad.

Sustituirá a Manuel Larrubia Sánchez, Párroco en nuestro pueblo desde el dos de octubre de 1988, aunque ya anteriormente, entre 1971 y 1974 fue misionero rural en Álora. Hasta su jubilación el pasado año 2010 ha alternado sus labores litúrgicas con las de profesor de religión impartiendo clases en el IES ‘Las Flores’. Ha venido realizando su labor pastoral como una misión de entrega y dedicación en cumplimiento de su vocación sacerdotal. Veinticinco años de ministerio en Álora que darán paso a una nueva etapa en su nueva parroquia en el barrio malagueño del Puerto de la Torre como Vicario Parroquial.

Pero no será oficialmente hasta el mes de septiembre cuando previsiblemente se producirá el cambio de Párroco, aunque en este caso ni la Parroquia ni la feligresía le es desconocida a nuestro nuevo responsable parroquial, ya que Francisco J. Sánchez lleva casi catorce años viviendo y trabajando entre los perotes, a los que afirma querer en verdad, y entre los que dice encontrarse verdaderamente “en casa”. 

Fuente: Álora Red

Se abre una nueva etapa en nuestra parroquia con el cambio de pastor: D. Manuel Larrubia, después de más de dos décadas al frente de La Encarnación, es trasladado a la parroquia de Santa Inés de Málaga; y el vicario parroquial, D. Francisco Sánchez Núñez, pasa ocupar el puesto de párroco. Es normal que cualquier cambio de esta naturaleza conlleve cierto esfuerzo y dificultad, sobre todo desde un punto de vista humano. Para el afectado, porque supone empezar de nuevo esa trama de relaciones personales, costumbres, hábitos que configuran la vida cotidiana. Para los demás, supone alejarse en parte de alguien con quien quien hemos estrechado vínculos personales, con quien hemos compartido muchas horas de convivencia, amistad, trabajo en común.

Sin embargo, me gustaría que, como cristianos, mirásemos este cambio desde un punto de vista positivo (escribo este artículo en el tercer domingo de Adviento, el llamado “Domingo de la alegría”). Supone, en primer lugar, un reto, un acicate para que nuestro trabajo sea más imaginativo, más adecuado a las complejas dificultades que nos plantea la sociedad de hoy a los cristianos. En este trabajo, cada vez tienen que tomar una postura más activa los laicos, por la misma naturaleza de las cosas y porque los sacerdotes no pueden atender todo la tarea. El cambio siempre supone un reto, un estímulo para ensayar y mejorar.


En segundo lugar, esto indica la disponibilidad en la que se sitúa el sacerdote; disponibilidad que deriva de su obediencia y su vocación de servicio. Al Obispo, en función de intereses generales le corresponde decidir, y el sacerdote responde con alegría. Esto es muy difícil de entender en un mundo, como el nuestro, que se basa en el voluntarismo personal y en un concepto de la libertad, no como servicio a unos valores superiores, sino como capacidad de elegir libérrimamente en función de los propios intereses. Es difícil de entender, pero es un aspecto irrenunciable del funcionamiento de la Iglesia.


En tercer lugar, quiero destacar el aspecto institucional de la parroquia. Cada una tiene sus grupos, sus estructuras, sus usos y experiencias acumuladas a través de muchos año. Todo esto debe tener cierta continuidad con independencia del párroco y de los laicos. Éste imprimirá su sello personal, pero no puede determinarlo todo. Las personas cambian,
pero las instituciones permanecen. Esta afirmación, que es una verdad en tantos aspectos (cultural, político, económico), en la Iglesia es fundamental, porque en ella siempre ha habido un profundo sentido de la continuidad, de la permanencia y un claro rechazo de todo lo que signifique ruptura o desarraigo (en el sentido de rechazar, cortar las raíces).


Hay un curioso pasaje que se repite en los sinópticos. Pedro, Juan y Santiago suben con Cristo a un montaña y son testigos de la transfiguración. Su reacción es quedarse allí. Habían alcanzado un lugar donde eran felices. ¿Dónde iban a estar mejor”. “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Sin embargo, Cristo
no les hace mucho caso. Su misión (la suya y la de los demás) era seguir, estar en camino.


Tomás Salas Fernández

Revista Nazareno de las Torres, año 2012

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