Efemérides.- Fallecimiento de Juan Pedro Lopera Martínez

Fecha publicación en la web: 05/06/2019 | 932 Visitas

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Aquel 5 de junio, del año dos mil quince, nuestra Archicofradía tuvo que despedir a un gran hombre de trono, y sobre todo un buen amigo.

Como cada año, Juan Pedro, hacia presencia en mi casa de la Calle Erillas, en la tarde de cada Jueves Santo. Siempre, lo esperábamos a él y a toda su familia.

– ¿Todavía no ha llegado Juan Pedro?

y me contesta mi mujer:

– Parece mentira que no te acuerdes ya Juan, todos los años les pasa igual, llegan siempre con la hora justa.

Pero como siempre, llegaba fiel a su cita con el Señor. Eran las cuatro y media de la tarde, por fin llega Juan Pedro, su mujer, sus dos niños; vienen cargados de bultos, como era de costumbre, y claro ahora todo son prisas. Besos, besos, corre que corre, que llegan los Paracaidistas y nosotros aun aquí en la casa ordenado todo lo que traía.

Y a partir de aquí, es cuando arranca una ceremonia, que, aunque no hay dos años iguales, siempre se repite.

Salimos corriendo todos a la Veracruz, para ver la llegada de los paracaidistas.

Ya nuestras caras expresan alegría, y es cuando comienzan los aplausos.

-Que vienen 110, que los he contado.

-Pues yo he contado 120 paracaidistas.

En aquellos momentos, no era importante el número, aunque nos gustase contarlos, sino que volviamos a tener de nuevo a Brigada Paracaidista desfilando por las calles de nuestro pueblo.

Y claro, ahora había que ir corriendo detrás de ellos para verlos en la Fuente Arriba.

Juan Pedro siempre me decía:

– Delante, delante Juan, en la puerta del ayuntamiento, que los vemos mucho mejor.

 Ahora sí, ya nos encontramos delante de la Brigada Paracaidista. Suena el bolero. Allí los dos, hombros con hombro, con cara de tontos y con una sonrisa de oreja a oreja, por vivir de nuevo otro Jueves Santo.

A partir de ese momento todo pasa rápido, ya no hay que organizar nada, ya que como bien contaba anteriormente, todos los momentos sí que eran iguales en cada tarde de esos Jueves Santo, que tanto echo de menos, si mi Juan Pedro.

Pero claro, no había tiempo que perder, y teníamos que irnos rápido, ya que había que subir a las Torres.

Juan Pedro siempre me decía:

-Tranquilo Juan, tranquilo, que es a las siete y los más veteranos podemos llegar un poco más tarde.

Volvíamos rápido para mi casa, allí nos encontrábamos dos túnicas muy grandes, colgadas de una percha en una lámpara y que casi arrastraban en el suelo.

Había muchas más túnicas, unas más grandes y otras menos.

-Toma esta es la tuya Juan Pedro, está la mía, esta es de Juanfran, y esta de Salva, la de Javi y esta la de flores…

Pero claro, ahora tocaba amarrar los cordones, y nadie se pone de acuerdo, dos vueltas dan la derecha o a la izquierda. Este más largo y este más corto. ¿Cuál es mi faraona? ¿Dónde están mis guantes? ¿Y los míos? …

Pero por fin arrancamos. Túnicas arremangadas, una mano en un bolsillo y en la otra los guantes y faraona. Eso sí, importante, camisa blanca, pantalón azul, zapatos negros y como no la medalla de plata.

-Que se note que somos los viejos; que fueron las primeras que se hicieron.

Una vez bajamos la calle de Atrás, hacemos una primera parada en la parroquia y rezamos delante de la Virgen de los Dolores.

A continuación, siguiente parada la del bar el «mocho”, porque allí nos tomaríamos una cerveza rapidita, y nos encontrábamos con Pepe Segura, Niki, Epi, Joaquín Segura y muchos más. Desde allí, arrancábamos para subir la calle Ancha.

Una vez que llegado arriba, siempre nos pasaba los mismo.

– Anda ya han sacado al señor.

-Bueno déjalos, que hagan algo los niños.

Y como no, las ultimas almohadillas, por recoger las nuestras.

Germán y José Antonio buscándonos porque éramos lo últimos por recoger la almohadilla y por abonar la cuota. Todos los años nos pasaba igual.

Y como con todo llegó el momento. Pero concretamente, este año, sí que no fue un año cualquiera, debíamos subir la Calle el Peligro, y cuando nos adentrábamos más hacia el callejón, con pasos perfecto al ritmo del bolero, el pellizco ya estaba en la barriga. Se palpaba la tensión de todos bajo los varales y el trono se paró justo delante de la puerta de Paco Bernabé, para hacer la parada.

Nos dábamos últimos consejos unos a otros, muchos cruces de miradas, pero por fin suena el toque de atención de la campana, y Juan Pedro, me aprieta en el brazo y me dice:

-Vamos, aprieta.

Suena la orden de campana, subimos el trono a hombro, retiran la mesilla, y en nada, como si llevásemos varios años ensayándolo, cuarenta y dos portadores, y ante todo hermanos, sabiendo lo que llevábamos sobre nuestro hombro, subimos la calle como si de un paso ligero se tratase, con cientos de personas aplaudiendo y con decenas de “Viva el Señor de las Torres”. Fue un Jueves Santo que nunca podremos olvidar.

Otra anécdota que siempre vivíamos aquellos que ibamos bajo nuestro protector, además uno de los momentos más críticos que siempre teníamos como portadores del Señor de las Torres, era el inicio de la marcha en la bajada de la calle Santa Ana, una vez nos habíamos tomado el bocadillo, tras algo más de media hora de descanso. Y claro, con más de la mitad del recorrido a nuestras espaldas, el hombro se enfriaba y el trono parecía que lo habían cargado de plomo.

Siempre, como todos los años, se escuchaba la misma frase:

-No venirse abajo, no venirse abajo.

Entonces era cuando aparecía Juan Pedro una y otra vez y decía:

-Venga niños vamos arriba.

Y daba el solo tal empujón hacia arriba, que nos aliviaba a todos el hombro, y conseguíamos levantarnos al menos una cuarta. Ese era mi Juan Pedro, él no se achicaba por nada. Siempre miraba por el grupo, con coraje y siempre integro hasta en los peores momentos.

También nos contábamos otra anécdota, que siempre nos venía a la memoria cuando recordábamos momentos vividos por los dos bajo el trono, en aquella salida extraordinaria del año del 350º aniversario de nuestra Hermandad, conocida ya popularmente como “la redroja”.

Aquella salida extraordinaria, debió de celebrarse desde la Parroquia de la Encarnación, hasta la Capilla de las Torres, pero debido a las condiciones meteorológicas, el cortejo procesional tenía que pasar por la calle la Parra y estaba toda la calle llena de coches aparcados en el margen derecho de arriba a abajo.

Cuando llegamos a la entrada de la calle, vimos que no había espacio suficiente para pasar, y ni cortos ni perezosos, comenzamos los portadores a coger coches a pulso primero de la parte trasera y luego de la delantera, para subirlos a la acera.

Tal era la intención o la fe que nos parecían coches de cartón. Movíamos tres o cuatro, avanzábamos y así hasta llegar al final de la calle.

Con algunos se nos iba hasta la mano, se paraban haciendo tope con la pared. Menos mal que los dueños nos lo perdonaron todo.

Pero claro, de estos momentos son los que alimento tu recuerdo, fueron tantos momentos los vividos y compartidos, bajo nuestro Padre, que me hacen revivir aquellos Jueves Santo. Pero desde la Tierra, Siempre te llevaremos en nuestros corazones y que la luz de la luz te ilumine eternamente.

El Camino nos unira nuevamente.

Tu Amigo

Juan Antonio Ruiz Martinez

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