Amor y San Juan

28/02/2015 | 1.519 Visitas

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Antonio Morillas Leria, albacea de nuestra Hermandad, ha sido este año el encargado de presentar el cartel conmemorativo de la salida procesional de la Cofradía de María Santísima del Amor y San Juan Evangelista con la siguiente intervención:

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.  Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.” Jn 19, 25-27.

Señores Párroco y Vicario parroquial,

Hermana mayor y junta de gobierno de la Cofradía de María Santísima del Amor y San Juan Evangelista,

Hermanos mayores, hermanos y amigos,

En primer lugar quiero agradecer las cariñosas palabras con las que me has introducido, amigo Salvador, hace unos días, mientras hablábamos por teléfono, hacía memoria de tu fabulosa presentación, desde este mismo atril, del cartel que anunció la salida procesional del pasado año, dejaste el listón muy alto amigo, y yo esta noche, si bien no lo supero, que de seguro no lo haré, quisiera al menos, llegar a su altura.

En segundo lugar a vosotras, Ana Belén y Marigracia, por darme el honor de ser el presentador del cartel de vuestra hermandad, privilegio que se equipara con la enorme responsabilidad que asumí aquel 4 de octubre en el que recibí vuestra petición. Marigracia me llamo con el mismo genio y brío con que me llama el jueves santo para saber donde ando o por dónde viene el Señor…como pa` decirle que no. Bromas aparte,  quiero aprovechar la ocasión para desearte a ti y a tu junta de gobierno, la mejor de las suertes para la andadura que hoy comenzáis en la que me consta, seguiréis trabajando igual de duro por y para vuestra Cofradía.

Dicho esto, llega la hora de comenzar con mi cometido de esta noche. Las marchas de semana santa se suceden en ambiente de mi habitación, oigo Amor y San Juan  en un intento de transportarme a la tarde noche del Jueves Santo de mi pueblo. No tardo mucho, ya que el fragmento del Evangelio de Juan que encabeza mis palabras, me ha llevado a la capilla de las Torres. Estoy solo con mi Señor de las Torres y el Cristo de los estudiantes repasando, en un folio doblado en cuatro veces, la oración que contiene esas mismas palabras.

Este pasaje era hoy de obligada lectura, ya que además de ser el momento que representan los titulares de la cofradía, tiene para mí una carga sentimental y es que me lleva al momento en el que vestido con mi túnica morada da comienzo la procesión la procesión que acompaño, pero de la que me “escaqueo” por unos momentos para, desde el centro mismo la plaza baja,  ver salir los tronos de San Juan y de Dolores. Gesto este, que no comprenden muchos, ¿cómo siendo del Señor estás aquí viendo esta procesión?- Si, soy del Señor, pero a la vez soy un poquito de todas las demás, es mi respuesta, porque me apasiona la semana santa de mi pueblo, y presumo de tener buena relación con todas las cofradías de Álora.

Precisamente esta buena relación es la que me trae esta noche a estar dirigiéndome a ustedes. Sé que voy a caer en el tópico de contarles mis vivencias, pero es que en esta situación se hace inevitable, ruego pues que me perdonen por ello.

Desde muy pequeñito he sido un entusiasta de la Semana Santa, aunque disfrutaba viendo todas las procesiones, el jueves era mi día favorito, ¿cómo no lo iba a ser? Era el día que salía el Señor, el mío! “el mejó de tos” que decían, y dicen los chiquillos cada uno refiriéndose a su titular, lo que me trae a la mente acaloradas discusiones con mi amiga Ana Belén, en las que ensalzábamos sin parar las virtudes, cada una mejor que la anterior, ella de San Juan y yo del Señor de las Torres…

Como les decía, cada jueves santo esperaba ansioso el paso de los cuatro tronos por el balcón de la casa de mi abuela. Esa mañana había estado visitando las torres y la iglesia de la Encarnación, viendo ilusionado como daban los últimos retoques a las flores del Señor, a las ropas de San Juan, que entonces procesionaba solo, y a las velas del trono de Dolores. La iglesia era un hervidero, personas de aquí para allá que ultimaban nerviosos los detalles para que todo estuviera a punto. Conforme pasaban los años y volvía a mi visita a la iglesia iba recordando caras, voces, gestos… Hoy todas esas caras tienen nombre y apellidos para mí, y no solo eso, sino que he entablado amistad con muchas de estas personas.

Hoy yo soy una de esas personas que corren como loco preparando cosillas durante esa mañana y que algunos niños miran con la misma admiración con la que miraba yo a esos hombres y mujeres, deseando convertirme un día en uno de ellos. Pues bien, cumplí mi sueño, y de la mano de Juanito, de mi maestro, hoy soy uno de los albaceas de Jesús.

Y como albacea, tengo que estar en las torres tempranito, sobre la una y media o las dos, no sea que pierda mi sitio en la primera fila… Cuando salgo de casa a esa hora, con la túnica en una bolsa y en otra la merienda, -que la tarde se hace muy larga-, siempre procuro regalarme un ratito de paz en esta maravillosa iglesia parroquial de Álora, con esa iluminación natural y tan, tan especial que le confiere la luz del medio día de la primavera. En este ratito estoy solo, el silencio lo envuelve todo y aprovecho la situación para sentarme unos minutos ante el trono de mi Virgen de los Dolores para contemplarla y rezarle. Entro entre los varales bajo su manto y ayudado con la luz de la pantalla del móvil, busco la plaquita con el nombre de mi abuelo. Después hago lo mismo ante en trono de San Juan y la Virgen del Amor. Me vienen a la cabeza muchos momentos, cortando túnicas en la mesa de Lola, limpiando algunos cetros en el patio, haciendo bocadillos para la banda, y otros muchos.

Pero hay uno muy especial que atesoro con especial cariño, el de aquel 8 de septiembre en el que unos minutos antes de la procesión de la Virgen de Flores, mi amiga Ana me regaló su medalla de San Juan, la que desde entonces cuelga del cabecero de mi cama y que en ese momento, delante de san Juan sostengo entre mis manos porque además, me acompaña cada jueves Santo.

Cuando finalizo mi visita, me marcho a las torres, donde me espera Juanito para darme el relevo en esa larga espera en solitario hasta la hora de la procesión.

La procesión, ese momento que ansían todos los cofrades, y que es el fruto y el premio a un duro trabajo para que la cofradía luzca espléndida en la calle…Punto y final de un año de labor y a la vez, pistoletazo de salida para uno nuevo. De todos es sabido, que los buenos cofrades incluso antes de encerrase, como nosotros decimos, ya están pensando en las mejoras del año que viene…

No me voy a desviar más, ni les voy a aburrir con mas vivencias, nuevamente les pido me perdonen.

Francisco Sánchez ha sido el autor de la fotografía que este año anunciará la salida en procesión de san Juan y la Virgen del Amor. El cartel recoge un momento de la procesión, el trono brilla en la noche del jueves santo perote, pero como una imagen vale más que mil palabras, les invito a contemplar la obra

-(Se destapa el cartel)-

Debo hablarles del momento que yo veo, y como espectador de a pie, en este momento veo una singular belleza estética, un trono que brilla cual ascua de oro en su discurrir por las calles, el momento en el que el discípulo amado recibe en su casa a la madre de Dios, a nuestra madre la virgen del Amor, ¡que bella advocación! pero desde el punto de vista del albacea que soy, detrás de esta estampa veo muchas manos. Manos si! No se extrañen, cuando se las enumere todas, ustedes también las verán:

 en primer lugar, las manos prestas para ayudar de un buen puñado de chiquillos y chiquillas que se esmeran en hacer lo mejor que pueden el trabajo que se les ha encomendado, manos dispuestas de un hombre que no para de ultimar detalles, manos que con el sabor de los años que  han removido cielo y tierra para poder “comprar los claveles”, manos de músicos que hace años hacían sonar el tambor, girar la llave de la corneta y agarrar fuerte el banderín, manos de artista que con sus dibujos y pinturas daban vida a los carteles que precedieron a este, manos de artistas de la madera que a golpe de gubia han tallado el trono, manos que se aferran al varal en la noche de la procesión.

Manos de una mujer que con cariño ha preparado la ropa de las imágenes y las ha dispuesto en una cama a la espera de que vengan a por ella, manos de una bordadora que dibujó con hilo de oro una saya blanca para su virgen, y las de un hombre que con primor y esmero ha vestido a las imágenes, manos de otro artista, que de nuevo han pinchado las flores en la más  original disposición, manos de hombres que han entronizado al más joven de los apóstoles, manos de muchos hombres y mujeres que se ofrecen para ultimar cualquier detalle y hacer hasta el último trabajo, como el ramo que hay a los pies del trono, los petalillos de flores que quedan por barrer y la bombilla que queda por cambiar porque está fundida. Y como no, las manos que sostienen el mazo y que a golpe de campana dirigen a este grupo de buenas personas.

Esto es lo que yo veo detrás de este cartel, manos todas, que en definitiva luchan y trabajan por y para su cofradía, para su segunda familia, manos que desde el año pasado no paran de moverse y que me consta no dejarán de hacerlo. Manos y corazones que esperan ansiosos oir la campana que mandará levantar el trono, fruto y recompensa del duro trabajo. Toque de campana que a su vez anuncia el inicio de un nuevo año, pero todo esto alentado con ese respirar tranquilo, ese soplo de aire fresco que nos anima a todos los cofrades a seguir haciendo el trabajo que nos gusta hacer, ¡ese soplo no es otro que ver nuestra procesión en la calle!

Muchas gracias, he dicho.

Parroquia de la Encarnación, Álora. 21 de febrero de 2015


Nazareno de las Torres

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