Fecha publicación en la web: 23/07/2020 | 1.095 Visitas
Hay personas que se auto condecoran y se dan a conocer públicamente con unos méritos que, a menudo, no son compartidos ni siquiera por el círculo familiar afín, dependiente a su entorno. No es este el caso de Antonio Gutiérrez.
En cambio, nos encontramos con otros que quieren pasar inadvertidos a través de su fibra emocional, gustan por relajar tensiones en sus medios familiares o por humildad no se reconocen con suficientes méritos en sus trayectorias profesionales. He aquí donde me cuadra y coloco a Antonio Gutiérrez Trujillo, porque, si públicamente no se afronta un liderazgo no hay por qué entender que está huyendo de la sociedad o no contribuye a sus retos. Su credibilidad estriba en una trayectoria recta en su cotidiana labor, que le ha permitido realizar durante toda su vida laboral, en silencio, un trabajo digno y ascendente.
Antonio Gutiérrez nació en Alora hace 65 años en la calle La Para, en el Patio, y a lo largo de su vida, entre sus diferentes facetas y diversos trabajos que ha desempeñado, siempre sobresaldrá como un artista en el tomo, un carpintero artesanal, aunque, siguiendo una de las tradiciones hereditarias de su padre, comenzó a estudiar música en el Conservatorio de Málaga. Yo entiendo que la mayor alabanza que se le puede hacer a una persona es que se le compare con Su padre, que éste sea una referencia en cuanto a su capacidad creativa, que se establezca una estrecha relación e influencia en su trabajo, en su atracción de ideales y en el conocimiento exhaustivo para el desarrollo de su obra.
Lo que empezó en solfeo, piano y clarinete siguiendo las aficiones de Paco, su padre, terminó luego, profesionalmente para poder vivir, crear y mantener a una familia, en el Economato de la Industria Textil del Guadalhorce.
Bien es verdad que todo hubiera sido diferente en su vida y hubiese desarrollado su vocación en plenitud cuando al pasar en Madrid por la mili se le presenta una serie de oportunidades encadenadas que le hacen vibrar su vena artística, dando a conocer en su entorno unas cualidades que son reconocidas por sus superiores en el ambiente del cuartel. Todo comenzó cuando él le regaló al Comandante Médico Rivas dos paisajes que había pintado en los ratos de asueto, porque Antonio es todo un artista pintando, dibujando –véanse proyectos de trono reproducido- y tallando. Así que la mili lo incorporó a la escuela de especialistas para tratar la madera artesanalmente y hacer modelos para tornos, era el año 1963. Al comprobar su Comandante las cualidades como pintor le da toda clase de facilidades para que aproveche sus cualidades artísticas, le consigue una beca para estudiar pintura y le pone en contacto con Don Juan de Contreras, Marqués de Lozoya, de la Academia de San Fernando. Pero tiene que renunciar porque la beca no le proporciona hospedaje y manutención en Madrid y, aquí en Alora, sus padres tienen otros hijos que también deben sacar adelante.
Antonio es consciente de la clase social a la que pertenece, el derecho a compartir entre sus hermanos y no quiere tener monopolios beneficiándose en detrimento de sus hermanos.
Aquí en Málaga se pega a trabajar en el Taller de Liébana y colabora con Luis en muchos Cristos, porque Antonio siempre ha sido, es y seguirá siendo un hombre de Jesús. Lo que convence y emana de una transformación interior se da a conocer a la larga exteriormente. Y en este Taller realiza la tornería para el Cristo de la Sangre, interviene con Liébana para el Señor de la Misericordia o el Cristo de la Vera Cruz de Alhaurín el Grande, culminando junto a Rafael Ruiz de Liébana en la restauración del Cristo de Mena.
Antonio no se queda sólo en admiración sino que, dando un paso adelante, comparte para Álora su vida trabajando por y para Jesús, bien con el del Huerto, el de Las Torres o el de los Estudiantes. Su trabajo comienza en él como su fuente y a él tiende siempre como a su fin. Pues en él, como nos dice el Salmo (35, 10), está la fuente viva y su luz nos hace ver la luz.
Como Hermano Mayor que fue del Huerto consiguió realizar su Capilla en el Calvario, trabajando de albañil como un obrero más, dando sablazos en la Fuente Arriba para recaudar fondos entre las amistades o solicitando ayudas del Ayuntamiento en los tiempos de Salvador García Cobos. Antonio realiza su trabajo con un pie en el suelo y el otro en el cielo. Como un entusiasta jesuita anónimo realizó la Cruz arbórea con su INRI y la donó para que sustentara a su Señor de los Estudiantes. En el trono de Jesús, obra de Pérez Hidalgo, realizó en madera de cedro sus cartelas. Aunque no corresponda a su proyecto que presentó en su día a la Vocalía, sin renunciar a un merecido descanso en su bien ganada jubilación, que él transforma en su júbilo, esculpe y talla para el Cristo de los Estudiantes los cuatro hachones, arcos de campana y otros accesorios que culmina la estructura de la ornamentación del trono.
Pues que a Antonio, ya cada uno de nosotros, también nos modele Dios a través de la imagen de su Hijo, el de las Torres. Que nuestra naturaleza mortal se una a la suya divina para que renazcamos a una vida nueva y podamos dar aquí en Alora testimonio de su Verdad.
Felipe García Sánchez
Revista Nazareno de las Torres, año 2008